Clásicos electrónicos

Libro electrónico

El libro electrónico (llámese así, ebook, e-libro u otras memeces de varia y desigual fortuna), existe desde que existen los documentos grabados en la memoria de los ordenadores, y desde que existen, naturalmente, sufridos lectores capaces de leer en sus pantallas.

Poco sentido tenía a finales de los años 80 leer una novela en la pantalla de los ordenadores de antaño, con aquellos monitores de mediocre resolución, sufriendo las molestas radiaciones de los tubos de CRT y anclados a la silla y a la máquina como si de antifonario y atril de oficios se tratase. Era mucho mejor un libro convencional, cómodo, ligero y transportable. Bendita la invención del libro de bolsillo.

Pero los tiempos cambian, y el fantasma que sigue recorriendo Europa y demás mundos ahora trae nuevas tecnologías y nos obsequia con artilugios que empiezan a poner en cuestión siglos y siglos de tradición escrita.

Los portátiles convencionales, con tapa que incorpora la pantalla y que al girarse para su apertura descubre el teclado, no cambiaron para nada el panorama de la lectura en ordenador frente a la lectura en papel. Hasta que llegaron las modestas agendas electrónicas a finales de los años 90, que empezaron a ser capaces de mostrar textos de cierta extensión y complejidad tipográfica, en formatos ya populares como DOC o PDF, o en otros que se creaban para estas nuevas plataformas portátiles. Desde entonces se ha vivido una impresionante carrera en la que dispositivos de mano, de los más variados orígenes, nacían, evolucionaban y rivalizaban por dominar un mercado cada vez más amplio y atractivo: los dispositivos Palm, los ordenadores de bolsillo Pocket PC, los teléfonos móviles, cada vez más similares a aquéllos en capacidad y prestaciones, o, a la inversa, aquéllos incorporando funciones de telefonía móvil, las consolas de juegos Nintendo o PSP, las propuestas intermedias como los ordenadores Tablet o los Ultra Mobile UMPC, los específicamente diseñados para lectura, con tecnología propia de tinta electrónica, como Sony Reader o Kindle... y, por supuesto, la revolucionaria entrada de Apple en este segmento tecnológico con su iPhone/iPod touch y el nuevo iPad.

Todo un abanico de propuestas y de dispositivos que ha resultado, con diversos matices, en una especie de plataforma universal con unas características comunes: tamaño de bolsillo, pantalla táctil de calidad y alta definición, que ocupa casi toda su superficie, abundante memoria RAM y de almacenamiento, multimedia, y todo género de sistemas e interfaces de comunicación: teléfono para voz y datos 3G, bluetooth, conexión inalámbrica Wi-Fi, GPS, sistema operativo con poderosa interfaz gráfica... etcétera. Y esta clase de dispositivo sí que permite el almacenamiento, el manejo y la lectura, grata y cómoda, de textos y libros, casi sin límites. Y es precisamente este dispositivo tipo el que, entrando en la segunda década del siglo, ya utiliza una buena parte de la población.

Los clásicos

Estos pasados años de generalización de la informática y publicación de todo género de contenidos en Internet han traído consigo la digitalización de numerosas obras literarias. Sin demasiado esfuerzo se puede encontrar de todo, legal y alegal, en ese pozo sin fondo que es dicha red Internet. Legal si han transcurrido más de ochenta años desde la muerte o declaración de fallecimiento del autor o si, cosa poco frecuente, su obra ha sido cedida al dominio público. De este material se sirven distintas instituciones y sitios web que ofrecen catálogos de obras más o menos extensos y de variadas calidades de digitalización. Y no legal (con todos los matices que se deseen para esta expresión) en el caso contrario. Las obras protegidas, que no pertenecen al dominio público, no tienen excesiva difusión digital porque las editoriales tradicionales son reacias a convertirlas y ofrecerlas en formatos que no les dan suficientes garantías de protección anticopia, lo cual, paradójicamente, incrementa la circulación de copias digitales clandestinas entre quienes desean leer libros electrónicos. Es un círculo vicioso para el que todavía no se vislumbra una salida clara.

En cualquier caso, por capacidad y posibilidades técnicas, nuestros dispositivos móviles ya pueden almacenar numerosas obras de un inmenso catálogo de literatura libre y permitir su lectura en cualquier momento y en cualquier lugar. Y si tales dispositivos se han acabado convirtiendo en elementos casi imprescindibles de comunicación, trabajo y ocio, pues entonces a las llamadas telefónicas, los mensajes y el correo electrónico, la agenda, la reproducción de música y vídeo, los juegos y un largo etcétera podemos añadir la lectura de textos. Obras antiguas y no tan antiguas que, después de algunos años y lecturas en épocas escolares, muestran distintos matices y nuevas visiones que las convierten en experiencias altamente gratificantes.

El catálogo

La lista que se ofrece en este apartado de Literatura de bolsillo corresponde al repertorio que tiene, va releyendo y poco a poco depurando el titular de este sitio web. La razón de su publicación no es otra que la de favorecer la difusión de estos contenidos e invitar a su lectura en un medio que tiene para mucha gente un indudable atractivo (habría que replantearse en este sentido algunas campañas de fomento de la lectura de dudoso éxito).

Algunas obras no pueden ser descargadas por una cuestión de derechos, pero aun así aparecen en la lista. Esta absurda contradicción se mantiene por cuestiones de orden práctico (no andar programando y manteniendo dos listas diferentes), y para poner en evidencia que sigue siendo necesario digitalizar u obtener por medios poco ortodoxos lo que ya debería estar disponible para ser adquirido legítimamente en este formato.